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ALEÉ SÁNCHEZ
Un cierto día me di cuenta que estaba envejeciendo; ya soy un adulto, uno que dejó de jugar e imaginar, uno que trabaja todos los días y hace cosas aburridas. Buscando entre mis cosas, dentro de un baúl, encontré una foto de mi vieja bicicleta, ahí estaba yo, un pequeño de cinco años que lo soñaba todo. Me quedé mirado un rato la imagen, cuando de repente sentí cómo se dibujaba en mí una sonrisa, de esas que hace mucho tiempo no expresaba. Ese gesto que te abraza de alegría, cargado de nostalgia. Sentí como si la fotografía me absorbiera, sumergiéndome en el más profundo de los recuerdos de mi empolvada infancia.
Había sido tragado por el pasado mágico del recuerdo de aquel niño que solía jugar e imaginar batallas contra guerreros y piratas.
Cuando abrí los ojos todo se pintó de color ámbar, un sepia, melancolía. Ahí…
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