Su cuerpo tendido sobre la cama, la respiración suave y sigilosa, sola en la habitación estaba ella profundamente dormida. En el silencio sepulcral de la noche al borde de la ventana aterrizó un ave accipitriforme, gigante de plumas negras, garras fuertes, con el pico torcido y desplumada cabellera. Se quedó ahí un rato contemplando el cuerpo tumbado capturando en su memoria la inmovilidad, esencia de cadáver que lo cautiva. Cuando sintió que era el momento con el pico tocó tres veces el cristal de la ventana. Ella entre sueños se levantó, cuerpo sonámbulo, caminó hacia la ventada y con un gesto gentil lo dejo entrar. La emplumada ave depositó dentro de la habitación una jaula, ella se acercó un poco más, él estiro su desnudo cuello acercándose a su oído y le susurro hermosas palabras, ella convencida de lo que el ave le dijo por voluntad propia entró a la jaula y cerró la puerta. El ave sonrió, tomo la jaula con su pata rapaz y levantó el vuelo llevándose el alma de aquella mujer a los confines del Orco.